martes, 5 de octubre de 2010

Paseo de las artes

Sobre un mesón de unos cuatro metros de largo por uno de ancho se exhiben pilas y pilas de discos de pasta y vinilos. El primero que veo es también el primero que le pido que coloque en el antiguo reproductor, “Física y química” de Joaquín Sabina. Séptimo tema,”No soy un fulano con la lagrima fácil, de esos que se quejan solo por vicio”.

Recién está oscureciendo, la tarde está cálida y algo alborotada. Camino por calle Achával Rodríguez con dirección al Oeste y llego a la esquina con Belgrano. Epicentro del “San Telmo Cordobés”, el lugar que alberga a la feria de artesanos más grande de Córdoba, el Paseo de la Artes. Puestos y puestos de ceramistas, orfebres, ebanistas y todo tipo de artesanos y artistas callejeros, forman esta feria laberíntica.

Hablando con un herrero propietario de un puesto lleno de estatuillas hechas con clavos se acerca un chico de unos 25 años atraído por el trípode de mi cámara fotográfica, quería saber si estudio cine para ofrecerse como actor amateur. Pequeño detalle, sobre su rostro lleva una venda blanca en forma de crucifijo con su eje en el entrecejo del actor. Le expliqué que lejos de ser cineasta, me dedico a la fotografía. Vi la desilusión en su mirada y le pedí un contacto por si algún día lo necesitaba para alguna sesión fotográfica.

Seguí errando por el camino que van marcando los puestos, el vapor blanco en contraluz con los tenues rayos amarillos de un foquito y el olor al azúcar quemada me hicieron terminar en carrito de pralinés; una viejo flaco, canoso y con una prominente nariz aguileña me vendió esta golosina francesa por adopción cordobesa.

Crucé toda la feria y desemboqué en una callejuela donde los puestos dejan de ser de artesanos y pasan a ser compraventas vintages, con sombreros, frascos, monedas, artículos de época y todo tipo de antigüedades. El aroma del armario de mis abuelos se siente igual al que hay en el lugar.

Está repleto de gente, algunos se amontonan a rededor de las mesas mostradores para apreciar cada objeto, otros manteniendo un ritmo en el andar van ojeando puesto a puesto, y siempre los torpes, por distraídos o por acelerados, que van llevándose por delante a los que dominguean. Camino entre la gente, observador. Un “flaquito, ¿querés buscarte algún disco?” me sorprendió, un hombre de mediana altura, algo robusto y con una pronunciada tonada cordobesa logra que desvíe mi atención de un vendedor ambulante de empanadas hacia su puesto de elepés usados.

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